Ayer fui a renovar el documento de identidad:
Esto ya no es lo que era, ahora es como ir al médico, tienes que pedir hora, y al igual que con la Seguridad Social tienes que hacerlo con mucha antelación, en mi caso, un mes antes, y justito.
Atención personalizada, ni número ni nada, tú mismo introduces tu número en un ordenador (que la cita previa es orientativa, no te fíes) y a esperar, que ya te llamarán.
Y después, a compartir sala de espera con los otros 50 que, incautos, pidieron la misma hora y día que tú. Eso sí, con una tele enorme en la que te ponen las fotografías de los más buscados, o sea, que tendré pesadillas durante varios días.
Al final, ya soy propietaria, bajo pago de 10,10 euros, de un documento nacional de identidad, para diez años (me hago vieja), en el que en una esquinita asomo la cabeza -porque un poco más y no me saca, que la tía estaba descuadrada.
Evidentemente, salgo fea, pero eso solo tiene un arreglo: culpar a mis padres, por la mala calidad de los genes, ¡que ya está bien!
No hay comentarios:
Publicar un comentario